Rolando Medeiros

Presidente de UNIAPAC Internacional.

enero 11, 2019.

Introducción

En primer lugar, agradezco a Manuel Fitzmaurice y a Confederación USEM por esta invitación en la que me solicitan hacer una breve disertación para provocar un diálogo alrededor de los siguientes temas:

1.- ¿Cuáles son, a juicio mío, los signos de los tiempos que alcanzamos a leer y su impacto en el mundo del trabajo, en el social, político, y ambiental, a nivel mundial y aterrizados a América Latina y, en lo posible, a México?

2.- Ante estos desafíos planteados, ¿cuál es el impacto en este cambio de época y su relación con la urgente necesidad de que el empresario asuma su rol, en toda su dimensión y trascendencia?

En mi opinión el individualismo y el consumismo que caracterizan actualmente a las sociedades constituyen la raíz de los males sociales que se viven en el mundo entero en forma generalizada. Hay un debate muy intenso y muy bien articulado en todas partes, por parte de políticos e intelectuales, sobre esos males sociales: desigualdad, inequidad, calentamiento global, degradación ambiental, agotamiento de recursos energéticos, corrupción, crimen organizado, etc. Sin embargo, al atacarlos uno a uno por separado se están atacando muy frecuentemente síntomas en lugar de las causas raíz. Por otra parte, no hay en la actualidad un debate igualmente intenso y articulado sobre las virtudes sociales que son la base de los cambios de comportamiento individual y grupal que se necesitan para contener esos males sociales. Y, a su vez, es justamente en la promoción de esas virtudes sociales donde el mundo de la empresa puede hacer grandes contribuciones. Por esta razón he denominado a mi disertación como “Individualismo, Consumismo y la Noble Vocación Empresarial”.

Individualismo y consumismo

A primera vista parece extraño hablar del individualismo como un mal social. El individuo es la piedra angular de la filosofía occidental, de la economía, de la política y de la religión. Pero el individualismo pasa a ser en un mal social cuando es egoísta, cuando se transforma en un egocentrismo narcisista. Del mismo modo, el consumo es un aspecto necesario de la condición humana; sin alimentos, agua ni protección de las inclemencias del clima, simplemente no podemos sobrevivir. El consumo se vuelve un mal social cuando pasa a ser un fin en sí mismo y está guiado por la codicia y no por la necesidad.  En ambos casos es una cuestión de equilibrio y se ha roto el equilibrio adecuado.

Comparto la opinión de que la transformación de un individualismo positivo a egoísmo y de un consumo necesario a consumismo son productos de una dinámica cuyo punto de partida está en la magnitud y la velocidad tanto del cambio tecnológico, como de las transferencias de poder económico y de las alteraciones en las condiciones medioambientales. Sus efectos han sobrepasado las capacidades de las instituciones responsables de proteger a la sociedad de los impactos negativos. A su vez, estas falencias institucionales han producido una pérdida de confianza y de compromiso de la gente con las formas actuales de acción social. Esta pérdida de solidaridad se ha traducido en un repliegue de las personas al individualismo y, para enmascarar el estrés subyacente, el consumismo aparece como una forma de evasión. Así, consumimos más de lo que necesitamos y, por lo tanto, retroalimentamos la dinámica destructiva.

El cambio global de los últimos 50 años, con los avances en ciencia y los cambios de tecnología y en las formas de organización, producción y distribución han contribuido enormemente a mitigar el hambre y la enfermedad y han generado riqueza sin precedentes a nivel mundial. Pero esto no se ha conseguido sin costos sociales, físicos y económicos. En los países en desarrollo, la industrialización ha producido desórdenes enormes: el abandono de trabajo agrícola, con desplazamientos masivos de población y una urbanización explosiva ha creado hacinamiento, indigencia y polarización urbana. Tampoco la industrialización de las economías en desarrollo ha logrado acortar las brechas de riqueza: el ingreso per cápita ha crecido más rápidamente en los países desarrollados. Pero, incluso en éstos, el crecimiento ha tenido costos: la transición desde una economía industrial a una economía de servicios ha provocado grandes trastornos en los mercados laborales, en las comunidades y en las familias: obsolescencia del trabajo manual, pérdida de oportunidades de empleo menos calificado y polarización entre ricos y pobres a nivel personal, urbano y geográfico. Por otra parte, la riqueza generada por la globalización es, en parte, producto de la explotación laboral en lugares remotos y el exceso de riqueza generado por las nuevas formas de producción y distribución ha producido cambios en los hábitos de consumo de las sociedades occidentales, más allá de las necesidades básicas, hacia la opulencia.

Estos aspectos destructivos de la dinámica global han presionado a los gobiernos, minando su capacidad de redistribuir equitativamente la riqueza generada. A su vez, puesto que han cambiado los modos de producción a modos crecientemente más globales, la capacidad de control de los gobiernos sobre corporaciones multinacionales ha disminuido. Y todo esto ha ocurrido repentinamente sin que los actuales líderes políticos e intelectuales pudieran adecuarse al doble desafío de atender los desafíos heredados y enfrentar, además, estos nuevos desafíos en forma efectiva. Por otra parte, el rápido desarrollo de las comunicaciones y las redes sociales hacen más evidentes las deficiencias para enfrentar estos desafíos y aumentan los niveles de exigencia a las instituciones responsable de administrarlos.

Las respuestas de las organizaciones supra-nacionales han sido sólo reactivas y obstruidas por los conflictos de intereses entre las naciones que participan en ellas. El resultado es que el marco regulatorio internacional no es proactivo, es incompleto y muy débil. Pero no sólo los gobiernos supra nacionales y nacionales se han visto sobrepasados por los impactos de la globalización: los nuevos desafíos son también regionales, sub-regionales y locales, con lo que se generan tensiones y tendencias separatistas. La profesionalización requerida para enfrentar estos nuevos desafíos ha distanciado a las instituciones de las comunidades a las que atienden, entrometiéndose al mismo tiempo más y más en las vidas de las personas y asfixiando –consciente o inconscientemente—a las instituciones de la sociedad civil. Puesto que su capacidad de resolver los problemas es cada vez más limitada, sus reacciones aparecen como inadecuadas, lentas y con consecuencias imprevistas o irrelevantes. Así, muchas comunidades se sienten abandonadas, ignoradas o traicionadas y, en general, las instituciones han perdido la estima de la ciudadanía y se las hace cada vez más responsables por sus acciones e inacciones.

La crisis de las instituciones y la pérdida de su autoridad se ha traducido en la declinación de la participación de la gente en los procesos políticos y en el debilitamiento de los partidos políticos y de los lazos que mantenían unidos a las coaliciones de gobierno.

La pérdida de solidaridad se evidencia también de otras maneras, como consecuencia indirecta de los grandes cambios que han afectado en los últimos 50 años a los 3 pilares relevantes para la actividad comunitaria: el lugar de trabajo, la familia y la fe.  En relación con el lugar de trabajo, la actividad filantrópica empresarial ha mermado afectando también la participación en acciones sociales de los trabajadores; la mayor movilidad de las fuentes de producción ha debilitado el compromiso con las comunidades donde operan las fábricas, las que se abren o cierran con mucha mayor facilidad que en el pasado; la relación entre empleador y empleado ha cambiado hacia contratos de corto plazo y a remuneraciones variables ligadas al desempeño; etc. La naturaleza del trabajo también ha cambiado. La mayor participación de la mujer en el trabajo, desde el último cuarto del siglo pasado, ha sido un factor relevante en el crecimiento económico experimentado. Sin embargo, esto ha tenido consecuencias en las familias con la creciente prevalencia de dos fuentes de ingreso para mantener o alcanzar niveles de vida adecuados, imponiendo desafíos al cuidado de los niños y restricciones en la disponibilidad de tiempo para actividades comunitarias, u otras, y para el fortalecimiento de los lazos intrafamiliares. Ha aumentado también el miedo a la enfermedad, a accidentes laborales o a la pérdida de trabajo de alguna de las fuentes de ingreso familiar. Los impactos negativos del cambio significan también el aumento de familias y de comunidades caracterizadas por la ausencia de trabajo; sobrevivir en estas condiciones es tarea de tiempo completo y de drenaje de energía que no deja espacio para ninguna acción comunitaria diferente. Por último, la fe, que ha sido un tercer pilar del compromiso comunitario, se ha visto afectada por la creciente secularización en países de mayor desarrollo y de su uso comercial en los menos desarrollados; las congregaciones religiosas están envejeciendo y van en franca declinación y muchas iglesias enfrentan desafíos de sobrevivencia, disminuyendo sus actividades comunitarias o de socorro social.

En vista de las fallas institucionales y la pérdida de solidaridad, no es sorprendente el vuelco hacia el individualismo. A nivel personal, el creciente miedo de fallar y ser dejado de lado por el sistema y la creciente incertidumbre sobre el futuro, lleva a la gente a hacer lo que sea para protegerse y proteger a su núcleo más íntimo. Quienes tienen conocimientos y redes de apoyo tratarán de manipular al sistema y los procesos para su beneficio personal. Las comunidades tenderán a fragmentarse entre los opulentos, los menos afortunados, los que se van y los que se marginan de la sociedad para dedicarse sólo a sobrevivir, como es el caso de muchos ancianos que se ven sobrepasados por las circunstancias y cuyos exiguos ingresos no les permite abordar los crecientes costos. Aquellos que se sienten dejados atrás y que, consciente o inconscientemente, consideran que su lucha es demasiado grande, se refugian en la comida, el alcohol, o las drogas. Para otros –notablemente entre los jóvenes por primera vez—la respuesta ha sido la depresión, la auto-destrucción o el suicidio.

Pero el repliegue al individualismo no se limita solamente a los individuos. A niveles nacionales puede dar origen a mayor proteccionismo, a invocar nacionalismos y segregar a quienes no comparten los mismos valores.  Dentro de los países, puede dar lugar al resurgimiento de movimientos cultural y/o geográficamente separatistas, con llamados a identidades locales, valores locales y desconfianza en los demás. Dados los desincentivos a la cooperación y al trabajo colectivo para abordar las amenazas comunes de mayor escala, las innumerables opciones y acciones individuales conducen a una fragmentación de la sociedad en donde las divisiones se agudizan y se vuelven más intrincadas.

Enfocarse en los males sociales tiene un efecto reconfortante: los males sociales son de los demás; están fuera de uno. Nos permiten responsabilizar por la situación actual a los gobiernos, a los medios, a las grandes corporaciones, a las religiones. Aunque los individuos tienen opciones entre las cuales elegir, se sienten impotentes ante el fracaso de las instituciones en anticipar, prevenir, administrar o reversar estas tendencias. No hay beneficios por actuar responsablemente ni penalidades por actuar irresponsablemente. Más aún, nos beneficiamos de los productos de la globalización y del cambio tecnológico y, al mismo tiempo, nos distanciamos de sus consecuencias negativas.

Corregir los errores es un “esfuerzo mundial” pero exige un cambio de comportamiento en cada uno de nosotros.  Se necesiten soluciones prácticas en todos los niveles, desde el individual hasta el global, para desarrollar una contra-dinámica a través de una multiplicidad de cambios de comportamiento, pero congruentes entre ellos, que soporte las virtudes sociales y genere un cambio global positivo. Necesitamos generar un debate tan amplio y compartido sobre las virtudes sociales como el que se ha instalado sobre los males sociales.

La Noble Vocación Empresarial

Como se anticipó, es en la promoción de las virtudes sociales donde la empresa encuentra un espacio muy fructífero para contribuir decididamente a la solución de los males sociales cuyo origen se encuentra en el individualismo egocéntrico y el consumismo. Sí, la empresa sí puede contribuir a reestablecer el equilibrio y a reversar la dinámica que condujo a la transformación de un individualismo positivo a egoísmo y de un consumo necesario a consumismo.

En primer lugar, el gran desafío que enfrenta la empresa del siglo XXI es que se la considere como parte de la solución y no como parte del problema. Por una parte, la academia y el Estado han arrinconado a la empresa a ser manifestación exclusivamente del mercado, negándole su pertenencia a la sociedad civil; sin embargo, paradójicamente, le exigen crecientemente mayor responsabilidad social.  Por otra parte, un enfoque puramente economicista de la empresa, que le asigna como única misión la maximización del retorno económico a corto plazo de sus dueños, ha validado esta premisa de no pertenencia a la sociedad civil. Adicionalmente, la empresa así concebida, en su afán puramente económico, en su búsqueda por ampliar sus esferas de acción y, en muchos casos, sin la debida responsabilidad social, ha propendido a invadir el espacio que le era propio a la sociedad civil, del mismo modo que, aunque por otras razones, lo ha hecho el Estado.

Por lo tanto, un primer desafío es reponer a la empresa como un actor relevante de la sociedad civil. Una sociedad civil entendida como una expresión de comunidades de libre adhesión, que construyen un espacio de vida social que se organiza de modo independiente y autónomo del Estado; espacio que es un lugar de acción de personas que, actuando mancomunadamente en la esfera pública, aspiran a lograr el bien común en la sociedad de la que son parte. Reconquistar esta posición para la empresa conlleva entonces su orientación efectiva hacia el servicio al bien común.

Un segundo desafío, es lograr que la empresa sea, junto con las demás instituciones de la sociedad civil y en cooperación y alianza con ellas, un armonizador y articulador de la necesaria relación virtuosa y favorable entre Estado, mercado y sociedad civil. Sólo a través de esta armonía se puede reversar la dinámica que ha conducido a los efectos indeseados del cambio global.

La ciencia, la tecnología, el libre mercado y la democracia nos han permitido conseguir logros sin precedentes en conocimientos, libertad, expectativa de vida y prosperidad. Son de las más grandes conquistas de la civilización humana y tenemos que defenderlas y apreciarlas. Sin embargo, la tecnología nos da poder, pero no nos guía en cómo usar ese poder. El mercado nos entrega opciones, pero nos deja ignorantes en cómo optar. El estado democrático liberal nos da libertad para vivir como escojamos, pero rechaza –en principio—guiarnos en cómo ejercer esa libertad. La empresa nos da trabajo, pero no el espacio para que prosperemos y nos desarrollemos integralmente. El resultado es que el siglo XXI nos deja con un máximo de opciones y un mínimo de significado, de sentido.

Encontrar significado requiere vincularse con algo más grande que con el solitario ego. Para decirlo con otras palabras: el “yo” es un lugar muy pobre para encontrar significado. ¿Puede nuestra misión empresarial constituirse en una meta preponderante que aglutine temas que le den sentido no sólo a nuestras actividades diarias sino también a la vida de quienes trabajan con nosotros? Todos los líderes empresariales tenemos esa opción y sí podemos encontrar un propósito superior en nuestros roles de empresa, siempre que nos esforcemos en concentrar permanentemente nuestros talentos, habilidades, pensamientos y energías para colocar nuestra empresa verdaderamente al servicio del bien común.

En un sistema económico-financiero tan dinámico, con un ritmo de cambio tan rápido debido a la innovación, la creatividad y las comunicaciones instantáneas, las regulaciones –aunque sean las adecuadas—van a tender a estar rezagadas por muy rápido que se adapten a las nuevas circunstancias o por muy rápido que se descubran los abusos y transgresiones. En estos casos, la auto-regulación basada tanto en un desempeño empresarial inspirado en principios, como en una conducta ética del líder empresarial son de extrema importancia y requisito clave para asegurar el respeto incondicional de la dignidad humana.

En consecuencia, es imprescindible que los actuales y futuros líderes de empresa estén abiertos a comprender la economía y las finanzas con una visión de la totalidad de la persona humana que impida su reducción a sólo algunas de sus dimensiones o, en este contexto, sólo a un homo oeconomicus. Consistente con este requisito, UNIAPAC aspira a ser reconocida mundialmente por su promoción distintiva de la noble vocación empresarial. Los fundamentos de esta visión se basan en la convicción de que la actividad empresarial es una vocación, y es una noble vocación siempre que quienes participan en el mundo de la empresa se vean interpelados por un sentido más profundo de la vida; esto les permitirá servir verdaderamente al bien común esforzándose por acrecentar los bienes de este mundo y hacerlos más accesibles para todos.

El líder empresarial, en su expedición hacia la transformación de la empresa en vocación noble, exhibe tres características: (1) su transformación personal; (2) su capacidad para construir culturas organizacionales más humanas; y (3) su liderazgo para orientar la empresa al servicio del bien común.

(1) La transformación personal del líder empresarial. Con el fin de que el dirigente empresarial pueda liderar la transformación de la empresa en noble vocación, éste debe asumir el desafío de encontrar un sentido más profundo en su vida profesional; es decir, que esté dispuesto a adoptar una mirada más amplia de su rol en la sociedad de modo que éste trascienda la búsqueda de la utilidad a corto plazo y a toda costa, para transformarse en un constructor del bien común y un promotor de un nuevo humanismo del trabajo.

(2) Construcción de culturas organizacionales más humanas. Los líderes empresariales necesitan constituirse en modelos y dar ejemplo con sus esfuerzos por instalar una cultura basada en los principios de la dignidad humana y del bien común, de modo que el lugar de trabajo permita —o al menos no se interponga—a que todos los que participan en la empresa se vean desafiados por un sentido más profundo para sus vidas. Todos los miembros de la empresa debieran sentirse participantes activos de la comunidad empresarial y prosperar en ella mediante sus contribuciones a un proyecto de largo plazo; un proyecto que busca la creación de riqueza más accesible a todos y más justa y ampliamente distribuida entre todos los que la generan.

 

(3) Empresas al servicio del bien común. El servicio que hace la empresa al bien común se produce cuando se crea valor agregado de largo plazo para sus clientes, empleados, accionistas o propietarios y la sociedad. Se requiere que la empresa ponga un énfasis en ordenar apropiadamente un conjunto de principios prácticos que pueden guiar a los líderes empresariales, a los miembros de sus instituciones y a sus “stakeholders”, hacia su servicio al bien común. Estos principios se pueden sintetizar en las “3 Bs” del servicio de la empresa al bien común: Buenos bienes, Buen trabajo y Buena riqueza. Estos constituyen los pilares de la transformación del quehacer empresarial en una vocación noble.

A.- Buenos bienes: este pilar se refiere a diseñar y producir productos que sean realmente buenos y servicios que realmente sirvan. Pero, ¿buenos para quién y a quién sirven? La implementación práctica de este principio exige un enfoque humanista sobre quien demanda el producto o servicio: una persona que busca satisfacer necesidades y expectativas razonables para que contribuyan a su desarrollo humano integral, sin interferirlo o inhibirlo y sin distorsionarlo o corromperlo. También un enfoque en quiénes lo producen o llevan a cabo: un ser humano que se realiza como hombre, que florece como persona, a través de su trabajo y con su trabajo.

B.- Buen trabajo: este pilar se refiere a la organización del trabajo para que los trabajadores desarrollen sus dones y talentos. El propósito de crear productos y servicios no puede cumplirse a expensas del buen trabajo y del desarrollo integral de los trabajadores: no debe ignorar la dimensión subjetiva del trabajo. La subjetividad confiere al trabajo la dignidad que impide que se lo considere como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. El trabajo es expresión esencial de la persona por lo que cualquier intento por reducir al trabajador a un mero instrumento de producción acaba por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana.

C.- Buena riqueza: este pilar se refiere a la creación sustentable de riqueza y a su justa distribución. La riqueza se crea sustentablemente cuando se la genera con respeto a la dignidad humana y con conciencia medioambiental. El principio de la distribución justa requiere que la riqueza sea asignada de modo de que cree “relaciones correctas” con quienes participaron en la creación de dicha riqueza.

Y por último una cuarta “B”.

D.- Bien Común: La empresa, cuando está dirigida por líderes empresariales que se sienten interpelados por un sentido más amplio de la vida y que ejercen su liderazgo para construir culturas corporativas más humanas, logra ordenar adecuadamente estos tres bienes. Este ordenamiento hace que la empresa sirva como un motor económico en la sociedad para que genere un desarrollo que esté al servicio de la humanidad y a la protección de nuestra casa común. La empresa juega así un papel indispensable en la generación de prosperidad material para un número más amplio de gente; logra servir al bien común con sus esfuerzos por multiplicar y volver más accesibles, para todos, los bienes de este mundo. De esta forma, la tarea del líder empresarial se transforma y se constituye en una noble vocación… que se traduce en la 4ª “B”: el Bien Común.

Y una empresa que se esfuerza por servir al bien común es un actor relevante de la sociedad civil y es un armonizador y articulador de la necesaria alianza virtuosa y favorable entre Estado, mercado y sociedad civil. Contribuye, de esta manera, en forma efectiva y significativa, en reversar la dinámica que ha inducido la transformación de un individualismo positivo en egoísmo y de un consumo necesario en consumismo. Para el líder empresarial, asumir el compromiso de la transformación de su actividad empresarial en noble vocación es no solo de urgente necesidad sino, especialmente, un camino fascinante para que se sienta interpelado por un sentido más profundo de la vida.